El ruido en la ventana era lo único que se escuchaba en la habitación, ni el viento, ni el crujido de la madera al ser pisada importaban ya, su sonido pasaba desapercibido frente al sonido suave y rítmico de Elisabeth golpeando mi ventana. Era la segunda vez que la veía, en nuestro encuentro anterior me desvendó los ojos y los colores del mundo llegaron a mi ser... entre esos colores se hallaba el dorado de sus cabellos y el verde de sus ojos. El resto de lo que nos rodeaba era gris, lóbrego...
Su mirada estaba clavada en mí, esperando impaciente que la abriera la ventana y la permitiera el paso a mi pequeño habitáculo tenebroso. No tardé en actuar, sin embargo, ella permanecía quieta, inmóvil en el alfeizar de la ventana. Me extendió su mano. ¿Acaso pretendía que fuese yo el que saliera de mi mundo conocido? ¿Acaso pretendía sacarme de la seguridad en la que estaba? ¿Quería ella que saliera de allí para mostrarme el amplio tejido que formaba el mundo en su conjunto? ¿Y... yo quería? La pregunta me atormento durante muchos segundos, segundos que parecían siglos.
Fue ella quién rompió ese incomodo silencio diciéndome con una sonrisa en los labios, y un brillo extraño en sus ojos: "No temas lo que aún no has podido ver, deséalo puesto que el conocimiento de todo lo que puedas hallar te hará un ser libre"
Y entonces... entendí lo que era el miedo y a la vez la esperanza de un mundo nuevo, uno sin vendas en los ojos, sin ataduras, un mundo junto a ella... ¿Acaso esto es la felicidad?





